¿El ocaso del “ordeno y mando” y estilos similares?
En plena vigencia del trabajador del conocimiento, del teletrabajo, de la cada vez mayor ausencia de peonaje, de la amplia formación de base del personal, creíamos que los estilos de dirección del tipo “ordeno y mando” y similares ya habían desaparecido. Pues, parece ser que no, que no les ha llegado su ocaso, que todavía, por desgracia, están en un generalizado pleno uso.
Toda persona a la que sus superiores han decidido que disponga de un equipo humano para que ejecuten unas determinadas actividades tiene varias alternativas de actuación. No existe un estilo químicamente puro, es decir, de aplicación total, todas las personas que actúan de directivos o de mandos medios poseen retazos de todos ellos, aunque siempre predomina uno en particular. Vamos a refrescar las peculiaridades de los estilos de mando que más se caracterizan por la expresión del “ordeno y mando” y similares.
El autoritario. La autoridad radica única y exclusivamente en el jefe. Él es quien manda y quien toma las decisiones, asume toda la responsabilidad sin delegar función alguna en sus empleados. No se tiene en cuenta ni a los trabajadores ni a sus circunstancias personales. Por nuestra experiencia este estilo es el más frecuente que se da en las empresas que no son, precisamente, un espejo de una buena gestión en general. Tiene una ventaja: las decisiones se toman con rapidez ya que dependen de una sola persona, el jefe, y por ello no necesitan ser consensuadas.
El liberal (laissez faire, laissez passer). Su estilo se basa en la aceptación completa de los subordinados, pidiéndoles ideas, iniciativas y cooperación. No tienen marcados claramente ni los objetivos ni las metas a conseguir. Los empleados actúan con entera libertad, a su libre albedrío, y dentro de unos límites muy genéricos y desdibujados ya que nunca han sido fijados con rigor. El jefe teme tomar decisiones, es decir “mojarse”, por comodidad o pereza, desconocimiento, o, con harta frecuencia, por el temor de las repercusiones negativas que le pueden reportar. Su lema es: “que sean mis colaboradores los que tomen las decisiones” para justificar unos posibles resultados desastrosos o no convenientes.
El consultivo. Su estilo ofrece diversas variantes: A) El jefe intenta convencer a su equipo de la decisión que ha tomado, para ello hace que el grupo sienta esta decisión como suya. Deberá ser muy persuasivo. B) El jefe presenta sus ideas e invita a hacer preguntas sobre la decisión, pero no efectuará ninguna variación. C) El jefe presenta un proyecto que es susceptible de cambios con lo que le da la posibilidad de participar a los trabajadores. En resumen, el jefe presenta el problema, recoge sugerencias y toma la decisión que él considera más apropiada.
El ausente. La característica más relevante de este tipo de actuación es, precisamente, la ausencia de actuación directiva. Existe un abultado tiempo de dedicación a la gente, pero éste se centra en: A) Comentarios de vaguedades. B) Explicar «batallitas». C) Transmitir las indicaciones que se reciben de forma aséptica, sin añadir valor a las mismas. D) Desarrollar «relaciones humanas». E) Huir, también, de cualquier tipo de problema, como si fuera de la lepra. F) Dejar hacer a la gente de acuerdo con su total y libre albedrío.
El burocrático: Las reglas y normas son la base de este estilo, aquí reside toda la autoridad ya que se deben cumplir con extrema exactitud y escrupulosidad así se cree que alcanzarán la excelencia en la gestión. Las normas encorsetan totalmente la buena gestión.
El paternalista. Se define porque el jefe actúa como si fuera un padre para todos sus empleados, ofreciéndoles confianza. Ofrece consejos a todos sus empleados para que realicen su labor de la forma que él considera que es la adecuada. Además, les hace ver que no cumplir con sus obligaciones conlleva malas repercusiones para ellos y para la empresa. Aquellos que sí cumplen con lo que él ha establecido, obtendrán recompensas que demuestran lo contento que está con su comportamiento. Sólo él es quién toma las decisiones y quién ostenta la máxima autoridad.
El controlador. Este estilo sólo conduce a un excesivo gasto en el control del grado de cumplimiento de las normativas y los procedimientos. Ello provoca que se ralenticen los procesos. El afán de control lleva al miedo a equivocarse, a inhibir la ilusión, la creatividad y la iniciativa.
Todos estos estilos son muy nocivos por ineficaces y por conducir al caos a la empresa en muchas ocasiones. Si se quiere ser competitivo, es evidente que se necesitan cambios de ruptura en el modo de dirigir a las personas que constituyen el equipo de trabajo. Cuando la dirección de un grupo se basa en estos estilos arcaicos es iluso pretender que el empleado se sienta motivado, por lo que difícilmente va a dar lo mejor de sí mismo. Es probable que el bueno abandone la empresa buscando mejores aires y se permanezcan sólo los mediocres.
Si las empresas no viven un efectivo ocaso de los estilos de mando comentados su futuro va a resultar muy negro. No podemos augurarles que consigan permanecer activas en los turbulentos tiempos que corren.
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Feliz semana a tod@s.