¿Objetivos o buenas intenciones?
En el mundillo empresarial una de las palabras más utilizadas es “objetivo”. Expresiones del estilo de “nos debemos imponer el objetivo de conseguir que el EBITDA de este año mejore al del año pasado”, son muy corrientes en las reuniones y tertulias de la dirección. Hemos observado que a menudo los directivos confunden el concepto de objetivo con el de buenas intenciones. Estas últimas son deseos, puros y duros, de lograr determinadas cosas, pero sin apostar claramente por ellas. Detrás de estas buenas intenciones no hay un ramillete de acciones y esfuerzos encaminados a conseguirlas.
Nosotros siempre hemos podido identificar una cualidad que reside en todos los directivos excelentes que conocemos. Para ellos es primordial fijarse metas concretas, u objetivos, y comprometerse seriamente en conseguirlos. Tres características impregnan a sus objetivos. La primera consiste en que estos objetivos residen, o están referenciados, a áreas de resultados que son claves para la compañía, no se pierden en nimiedades que apenas inciden en el beneficio o en el futuro de la empresa. La segunda característica consiste en que se concentran y fijan sólo un par o tres de objetivos, com máximo. Creen en aquel antiguo aforismo de Hewlett-Packard. que reza “más de un objetivo es ningún objetivo”. En cuanto a la tercera es la ilusión, ardor y entusiasmo, con la que concretan el objetivo, diseñan el plan de acciones para alcanzarlo y luchan, durante el año para su logro. No desfallecen en la acción. Para ellos suele ser muy normal el conseguirlo.
A título de recordatorio, un objetivo, en el campo de la empresa, debe ser:
- Concreto. Debemos huir de lo ambiguo y ser capaces de especificar, de una forma clara y concisa, qué queremos conseguir exactamente, sin perdernos en florituras. Por ejemplo, “lograr unas ventas de XXX”. No es válida la definición de “esforzarnos para aumentar el número de clientes activos y que los actuales nos compren más y así incrementar las ventas”. Normalmente los objetivos se fijan con un horizonte de un año.
- Medible. Si no lo es, nunca sabremos si lo hemos alcanzado. Nos debe servir para conocer hasta qué punto estamos logrando lo que nos habíamos propuesto. La comparación periódica de lo realmente conseguido con el objetivo es muy importante ya que, esta desviación nos va a permitir reaccionar, cambiar nuestras acciones y asegurarnos de su consecución al final del período. En el ejemplo anterior, el XXX sería sustituido por el importe exacto de ventas que consideramos como objetivo a lograr.
- Conseguible. No se trata de soñar y fijarnos objetivos a todas luces inalcanzables. Esto no es serio. Desmotiva mucho, sobre todo si la fijación del objetivo ha ido acompañada de una buena dosis de ilusión por conseguirlo. La prueba de fuego al definir el objetivo está en el plan de acciones. Estamos obligados a diseñarlo para pasar de la situación actual a la futura definida por el logro del objetivo. Si no hay un plan establecido, malo, porque caeremos en el grave error de la improvisación, o lo que es peor, en el Si el plan es defectuoso y, en el tiempo no se corrige, nunca podremos alcanzar el objetivo.
- Ambicioso. Debe valer la pena su consecución, después del tiempo de dedicación, del esfuerzo invertido y de los compromisos adquiridos. Deberíamos poder decir que hay un antes y un después de haber logrado el objetivo. Las empresas precisan de objetivos ambiciosos pero realistas o conseguibles.
En FFACT, en el apartado TO THE EXCELLENCE encontrará un interesante cuestionario de 40 preguntas sobre “la organización general de la empresa”, que le ayudará a reflexionar sobre este importante tema.
Feliz semana a tod@s.