¿Es la formación del personal una panacea?
Estamos cansados de oír a los gurúes de la economía decir que el paro se puede corregir mediante la formación de la gente. Esta idea suelen cimentarla en la necesidad de traspasar personas de una profesión en declive a otra en expansión. Podemos estar de acuerdo siempre y cuando dicha formación sea eficaz y estrictamente necesaria para desempeñar con éxito un determinado puesto de trabajo.
En España las empresas gastan una importante cantidad de dinero en formación. Decimos gastan, y no invierten, porque la mayor parte del dinero no tiene retorno, sencillamente se dilapida. No se recogen los frutos de una buena formación. En la mayoría de los casos ni tan siquiera existe una evaluación de la aportación de la misma.
Creemos que el objetivo prioritario de la formación en el mundo de la empresa reside en que la persona formada debe aumentar considerablemente sus habilidades profesionales. Es decir, a través de la misma, sus responsabilidades deben estar desarrolladas con un más alto nivel de eficacia. Por desgracia este objetivo apenas se cumple. Varios son los motivos de esta situación, veamos algunos de ellos.
Se desconocen las causas, carencias, o motivos concretos y objetivos por los que las personas no logran el nivel mínimo de eficacia en el desarrollo de sus cometidos. En muchos casos ni tan siquiera se conoce, o se ha definido, cuál es el nivel mínimo que debe conseguir y los métodos para detectar las carencias formativas.
Al desconocimiento de lo anterior le sigue el montaje de planes de formación estereotipados y de recetas sin contemplar ningún atisbo de la realidad que está viviendo la empresa y las necesidades que tienen las personas que los van a sufrir.
Las sesiones formativas descansan en impartir unos conceptos teóricos y muy manidos, en muchos casos con citas y ejemplos muy alejados de la problemática de la empresa. La sensación que le invade al asistente es la de pérdida de tiempo. En el mejor de los casos, cuando intenta aplicar lo explicado se encuentra totalmente desasistido y falto de elementos que él considera necesarios para la implantación. Ya no hablemos de la desmotivación que se genera cuando se explican cosas que nunca se van a poder implantar en el puesto de trabajo. En el mundo de la empresa se hace muy difícil aplicar el adagio de “el saber no ocupa lugar”, ya que todo “saber” debe tener una utilidad: hacer más fuerte a la compañía.
Otro de los errores en los que se incurre es en no dejar “deberes”. En que nadie se siente obligado a que, como consecuencia de la formación recibida, debe introducir cambios considerables en su modo de actuar para mejorar su propio nivel de eficacia. Así pasa la formación sin pena ni gloria, en el mejor de los casos los asistentes recuerdan un 20 % de lo tratado y aquellas anécdotas que más le impactaron. La empresa y el profesional apenas se han enriquecido con esta experiencia formativa. Como contrapartida el gasto, que normalmente es significativo, se puede considerar como un despilfarro. No están los tiempos para ello.
Por último, tampoco se practica la sana costumbre de evaluar la formación recibida. A lo sumo se recomienda a los asistentes que contesten un formulario en el que se valoran el temario, las técnicas pedagógicas, el profesor, etc. Apenas sirve para algo. Lo más importante, que es la aportación a la mejora de la gestión personal, no tiene cabida en la evaluación.
SÍ a la formación, pero con un “pero” muy grande, si gracias a ella los empleados de la empresa crecen profesionalmente, mejoran su eficacia y aportación a la empresa y todo ello se puede evaluar.
En FFACT, en el apartado TO THE EXCELLENCE encontrará un interesante cuestionario de 40 preguntas sobre “el personal” que le ayudará a reflexionar sobre este importante tema.
Feliz semana a tod@s